
Ojalá el futuro presidente de la Xunta no tenga que arrepentirse de lo que ha hecho. Puede que su anuncio de vender el Audi y comprarse un Citröen le persiga para mal en su brillante carrera política. Porque la demagogia te puede estallar entre las manos, aunque se ganen las elecciones. Cinco días después de la victoria gallega y de los magníficos resultados en el País Vasco, el partido que hizo del Audi una piedra de toque de la moralidad y la ética políticas se ha dado de bruces con sus principios.
En los autos del titular del juzgado de instrucción número 5 de la Audiencia Nacional figuran coches, bodas, lunas de miel en la Polinesia, pantallas de plasma y distintos tipos de prendas de vestir que Paco Correa y Alvaro Pérez, el Bigotes, regalaron a diversos y variados cargos públicos del PP. Si, ya sabemos que Garzón es malo, ególatra y cazador de gañote. Pero no se ha podido inventar las facturas, ni los documentos que cita en los autos, ni es suya la chaqueta fantasía que el juez dice que Alvarito le compró a Francisco Camps, que, por cierto, también tiene un A8, dicho sea de pasada.
El éxito político de la dimisión de Bermejo y la victoria gallega han sido interpretadas por la dirección del PP como el Jordán donde han quedado lavados todos sus pecados. Sin embargo, de la lectura de los autos se deduce que Garzón puede ser malo, pero no tonto. Es imposible que una persona sensata, como lo es Mariano Rajoy, pueda permanecer impasible ante el documento en el que se explica el circuito de financiación de los chalecos, trajes y cinturones de Camps. No me creo que el líder del PP no haya sentido vergüenza ajena. El ridículo es una de las peores cosas que se pueden hacer en política. Este y no otro es el problema de Camps. Aunque le sigan votando.
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