dimarts, 24 de febrer del 2009

Bermejo

HABÍA PUESTO EL CARGO a disposición del presidente y éste le tomó la palabra. Por tanto, el hasta ayer ministro de Justicia, Fernández Bermejo, se va porque Zapatero quiere que se vaya. Responde a un cálculo electoral. Ante el cariz de los acontecimientos, en vísperas de los comicios vascos y gallegos, se ha valorado la rentabilidad de la dimisión en las urnas del domingo. Desarma parcialmente al PP. Le quita un blanco fijo y vuelve a dejarle frente a sus propios problemas.

Muy poco tardó la vicepepiña Leire Pajín en empezar a rentabilizar la dimisión de Bermejo mirando al tendido: “Son las 14,25 y Rajoy todavía no ha dimitido a pesar de la que está cayendo en su partido”. Lo mencionó para subrayar los móviles electoralistas que inspiran este singular suceso del cazador cazado, sin que eso suponga ignorar, como luego veremos, lo que Bermejo ha puesto de su parte para acabar de hacer inevitable su salida del Gobierno.

Hasta aquí las causas inmediatas de la dimisión, no irrevocable, sino aceptada por el presidente del Gobierno, lo cual le confiere cierta apariencia de cese. Están directamente relacionadas con la inminencia de unas elecciones. Especialmente en Galicia, donde el PP se estaba empleando más a fondo en la ofensiva contra Bermejo. No perdamos de vista que el sustituto, Francisco Caamaño, que esta mañana ya ha tomado posesión del cargo en el Palacio de la Zarzuela, es gallego. Y además, dialogante, apacible y bonachón. O sea, todo lo contrario de Bermejo, que es irritable, soberbio y discutidor.

Vamos ahora con las causas mediatas. Nada que ver con el secuestro de Montesquieu en una finca de Jaén. Y mucho que ver con la práctica de la caza gratis (alguien hubiera podido invocar con fundamento el artículo 426 del Código Penal) y sin licencia (un ministro de Justicia que contraviene normas legales). Eso por un lado. Por otro, su desastrosa forma de gestionar la rebelión de los jueces. No supo evitarla. No supo reconducirla. Y al final echó leña al fuego con su prisa por regular el derecho de huelga antes de abrir vías de diálogo con el estamento judicial.

Nada de eso encajaba en el pregonadísimo espíritu de diálogo de Zapatero (el “talante”) ni en el Código del buen Gobierno, aprobado en el Consejo de Ministros del 18 de febrero de 2005. Por el contrario, rompía el discurso ético del PSOE y dejaba a los pies de los caballos a quienes, bajo las mismas siglas que el miércoles pasado invocaba Bermejo para seguir trabajando por España, el domingo que vienen han de someterse a la prueba de las urnas.

Son las causas mediatas de la caída de Bermejo. Dudo mucho de que, sin la inminencia de unas elecciones, hubieran provocado el inmediato cese-dimisión del ministro. En todo caso, se hubiera diferido a una próxima remodelación del Gobierno, cuando el PP se hubiera cansado de pedir la dimisión. Por no darle la satisfacción de apuntarse la caída de un ministro. Así funciona la política, por desgracia. También en este caso los socialistas tratan de evitar que la caída de Bermejo se relacione con las peticiones formuladas en ese sentido por el PP o ciertos medios de comunicación adversos a la causa de Zapatero.

Los méritos los puso el propio Bermejo y la decisión definitiva la tomó Zapatero, quien la comunicó a su estado mayor, reunido en Moncloa, como todos los lunes por la mañana. A saber: Zapatero, De la Vega, Solbes, Blanco, Pajín, Alonso, Rubalcaba, Serrano y Nieves Goicoechea. En la reunión de ayer se dijo la última palabra.

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