SE QUEJA EL SECTOR DEL automóvil por la falta de ayudas directas, se quejan pymes y autónomos por la falta de crédito y los retrasos en los pagos de las administraciones públicas, se quejan las eléctricas por la falta de solución al déficit de tarifa… A todo el mundo le toca la crisis ¿A todo el mundo? Bueno, a casi todo. Y es que no se escuchan muchos lamentos desde el mundo del cine, que anoche se disfrutó de los Oscar. En un año de penurias económicas, el Fondo de Protección a la Cinematografía dispondrá de casi 100 millones de euros. Y los productores tendrán a su disposición otros 75 millones en créditos blandos entre 2009 y 2011 a través del Instituto de Crédito Oficial, ICO, para financiar obras audiovisuales, siempre y cuando TVE haya adquirido los derechos de emisión de las cintas.
Ante tantas facilidades, parece haber herido el amor propio del sector no tener representación este año entre las películas que se disputaban el galardón a la mejor película de habla no inglesa. Y el Ministerio de Cultura ha puesto manos a la obra, pese a ser este un año marcado por la austeridad presupuestaria. En resolución del 30 de diciembre de 2008, recogida por el Boletín Oficial del Estado el pasado día 16, se convocan ayudas a los productores de las películas seleccionadas para representar a España en los festivales internacionales, “por su contribución a la difusión de los valores culturales y artísticos del cine español”. En román paladino, una subvención de hasta 60.500 euros para la película que represente a España en los Oscar del año próximo.
Claro que en los Oscar no se acaba el mundo. Los largometrajes podrán solicitar la misma cuantía si representan a España en los festivales de Berlín, Cannes, San Sebastián o Venecia. Bajan las subvenciones en el resto de certámenes, para un total de 1,2 millones de euros imputables al citado Fondo de Protección a la Cinematografía. En total, dicho fondo favorecerá unas 165 producciones. “Si financiar una película es difícil por las grandes inversiones iniciales que hay que hacer, siempre con un incierto resultado, aún más difícil es amortizarlas en un mercado abierto y competitivo –explicaba Cultura-. Por eso la necesidad de apoyo económico público a dicho sector”. También se podrán pedir ayudas a concurrir a los festivales de Valladolid, Mar del Plata, Montreal, Karlovy Vary o Rotterdam, entre otros.
Y es que lo que no puede faltar es promoción, aunque la cuota de pantalla se resienta año a año. Las citadas ayudas deberán destinarse, en un 30%, a campañas de publicidad en las publicaciones oficiales del festival en cuestión, en los medios especializados de la industria cinematográfica y audiovisual. Eso sí, en el caso de festivales celebrados en España podrán también utilizarse para inserciones en la prensa escrita. El resto de la subvención deberá ir a subtitulado, contratación de empresas de relaciones públicas y agentes de prensa, material publicitario… Eso sí, todo a justificar luego. Hasta los gastos de desplazamiento.
2 comentaris:
O sea: qué injusticia, mientras la industria del automóvil ruega subvenciones, la industria del cine ya las tiene por adelantado. Es cierto, pero esta queja (ya muy oída, y hasta muy instrumentalizada) nace coja por un error básico de apreciación: no se comparan dos industrias, sino una industria de producción de bienes de consumo y una industria de producción de bienes culturales. Aunque es cierto que existe una enojosa tendencia a sacar las noticias sobre cine, música y hasta literatura cada vez más en la sección de economía y cada vez menos en la de cultura, las industrias de producción de bienes culturales son, todavía, una anomalía capitalista. Porque genera un tipo de productos (productos culturales) que no se comportan ni tienen el mismo valor que los productos convencionales. Verbi gratia, las marcas de automóviles (productos convencionales) son intercambiables y mutuamente excluyentes: yo puedo elegir entre comprarme un cinco puertas de Seat, de Wolkswagen, de Ford o de Toyota. Cualquiera de ellos me proporcionará el mismo servicio y la elección evitará que los otros me lo proporcionen: son mutuamente reemplazables. Los productos culturales, no. No puedes reemplazar una película de Almodóvar con una de Spielberg o una de Kurosawa, y el “consumo” de una no excluye el de las otras, sino que incluso lo potencia. Además, un producto de consumo convencional se, esto, consume con el uso (con la satisfacción de la necesidad o deseo del consumidor que cubre), mientras que un producto cultural no: los CD, los DVD y los libros los “reconsumimos” continuamente, sin que pierdan valor en el proceso.
Last but not least, y aquí quería llegar: la diversidad de las marcas de automóviles no es vital para la humanidad (aunque sea deseable para el buen funcionamiento de la competencia); podríamos vivir y funcionar perfectamente si todos los coches fueran, por ejemplo, Ford. Pero en la obra de arte, o el producto cultural si se prefiere, la diversidad no es sólo deseable por razones de mercado: es absolutamente fundamental por la misma naturaleza de su consumo y por su misma razón de ser: un mundo en el que sólo se pudieran ver películas de Almodóvar sería una pesadilla, aun en el supuesto de que a uno le guste mucho Almodóvar. Por todas estas razones, la industria cultural, con todo y ser industria, es un sector del mercado radicalmente diferente de los demás, y necesita regulaciones específicas. En eso radica el concepto de excepción cultural, que desarrollaron los franceses.
Pero hay otra idea asociada al concepto de excepción cultural: la de que la rentabilidad de un producto cultural no se debe medir únicamente en términos económicos: existe una rentabilidad cultural, e implícitamente social, mucho más difícil de medir pero tanto o más importante. En otras palabras, hay que hablar más del cine y de la literatura en las páginas de la sección cultural y algo menos en las de economía y negocios. No porque no se deba hablar también allí; también, pero no solamente.
Lo de la rentabilidad social viene determinado porque en las sociedades modernas (desde el renacimiento en adelante) si para una comunidad cultural (cuyos lindes a veces coinciden con los de las comunidades nacionales, y a veces no) el medio de autoafirmación, plasmación y transmisión ha sido hasta hace poco la literatura, actualmente lo es, indiscutiblemente, la producción audiovisual, que ha sustituido a aquella como gran referente cultural de las colectividades humanas. Por tanto, la comunidad cultural que no tiene producción audiovisual propia está condenada, más pronto que tarde, a no ser. Y la desaparición de una producción cultural singular y diferenciada no es deseable por el mismo carácter del mercado cultural (ya saben, es ese mercado donde la diversidad no es sólo deseable sino absolutamente fundamental).
De hecho, cuando era la literatura la gran transmisora de identidad cultural, no había mucho problema, prácticamente todas las identidades culturales podían desarrollar la suya sin muchos problemas, porque la producción literaria tiene una gran ventaja respecto a la producción audiovisual: es mucho más barata y necesita mucha menos infraestructura. Para escribir un libro basta poco más que un escritor con tiempo, ganas y unas resmas de papel a mano, y para publicarlo, basta con una linotipia (en los peores casos) cuyo coste puede estar al alcance de un bolsillo medio. El cine, en cambio, es muy caro, una película (y hasta un cortometraje) necesita para plasmarse cantidades de euros con cuatro ceros, amén de una industria más o menos estable con una infraestructura más o menos estable que es mucho más cara de mantener que la linotipia del ejemplo.
A ello hay que sumar la dificultad de rentabilizar económicamente el producto: no sólo por el reciente fenómeno de la piratería (aunque también) sino, sobre todo por el viejo problema de las tendencias monopolistas presentes en ese mercado a causa de la presencia de dos grandes holdings mundiales: Hollywood en el primer mundo y Bollywood en el tercero, que tienden a reducir la diversidad. Por eso, compensar el desequilibrio, garantizar la imprescindible diversidad de productos culturales y también un cierto nivel de producción cinematográfica propia (o sea, para garantizar un mínimo de identidad cultural propia) los estados europeos, todos ellos, han adoptado medidas de subvención a sus respectivas cinematografías. Los que más, los franceses, que gracias a una gran provisión de fondos para financiar créditos a su cine consiguen grandes cuotas de mercado en su país (del orden del 40%, cuando en el resto de países europeos anda por debajo del 10%) con películas, muchas veces de alto presupuesto, que resultan rentables en sí mismas, pero que si no existiera ese sistema de subvenciones, no tendrían acceso a la financiación necesaria para levantar el proyecto. Y los beneficios puramente monetarios que este tinglado tiene para la economía francesa no sé si serán muy altos, pero los beneficios sociales y culturales son grandes y evidentes: Francia es, quizá, el país europeo con mayor cuota de identificación de su población con su propia cultura. Y eso no hay forma de medirlo en dinero, pero tiene sin duda un gran valor.
En fin, que comparar la industria del automóvil con la industria del cine es como comparar las churras con las merinas: todas son ovejas, es cierto, pero una me da leche, y la otra me da lana (y mantequilla para toda la semana).
Un apunte más. Se hacen correr peyorativos ríos de tinta por las subvenciones que recibe el cine español, sin las cuales sería económicamente inviable, y por qué lo tengo que pagar yo de mi bolsillo, y ta, ta, ta. En total, el erario público se gasta unos 180 millones de euros anuales (millón arriba, millón abajo) en subvenciones al cine. Mientras que, en subvencionar espectáculos taurinos, se gasta 564 millones. La asistencia a estos espectáculos es francamente baja, y disminuye de año en año. Pero con respecto a esto no he oído ni una sola protesta ¿es porque la contribución a la difusión de los valores culturales y artísticos de los toros es mayor que la del cine? España cañí...
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