dijous, 14 de maig del 2009

Sin alternativa

EL DEBATE SOBRE EL Estado de la Nación no es el debate de investidura. Se examina al titular y no al aspirante. Cierto. Pero eso a los votantes nos da igual. En una desalentadora situación económica, que viene cursando con el fondo de una no menos desalentadora situación política, por la baja calidad del debate, los votantes queremos alternativas. Y las esperamos del aspirante cuando se cruza con el titular del poder en ocasión tan señalada como el debate de política general que, a la espera de las resoluciones, ayer terminó en el Congreso de los Diputados.

Zapatero anunció medidas. Ya se verá con el paso del tiempo si acertadas o desacertadas, pero arriesgó al proponerlas. Son muchas. Demasiadas como para eludir la tentación de aplicarles el viejo refrán de que quien mucho abarca poco aprieta. Y demasiadas como para sobrevivir a un reproche que nos dicta la experiencia, a juzgar por los precedentes. Me refiero a la credibilidad herida de quien ya se ha equivocado varias veces a la hora de formular sus recetas para frenar la crisis económica y reanimar el empleo.

Pero no consiste en airear el reproche y repetirlo hasta la saciedad en forma de soflamas verbales que se agotan en sí mismas, o en el aplauso de los fans. Sobre todo ante propuestas tan difíciles de rechazar como becas para los licenciados en paro, desgravaciones fiscales por vivienda en capas de menor nivel de renta, recortes presupuestarios en nombre de la austeridad, bajada de impuestos a las pequeñas empresas, incentivos para la compra de automóviles o entrada de ordenadores en las escuelas.

Todo eso tiene sus componentes técnicos. No sólo eso. También la propuesta de pacto social, institucional y político formulada por Zapatero para lograr entre todos un modelo renovado de economía sostenible. O las distintas iniciativas legislativas anunciadas en el mismo contexto de lucha contra la crisis (sector eléctrico, puertos, funcionamiento de la Administración, etc.). Unos componentes técnicos que, como es lógico, han de relacionarse con la viabilidad de las medidas. Y con la credibilidad de quien las propone, aunque también este aspecto, el más político, legítimamente político, por supuesto, tiene sus indicaciones técnicas.

No basta despachar el asunto diciendo que Zapatero miente más que habla o que es una fábrica de hacer parados. Eso vale para un mitin electoral. Incluso en un debate de este tipo queda bien para motivar a los seguidores en un lance concreto de la confrontación dialéctica. Pero no se puede quedar ahí, so pena de que los ciudadanos acaben sospechando que al aspirante no se le ocurre nada. Ni para refutar al titular ni para proponer alternativas creíbles que convenzan a los votantes de que conoce el modo de sacarnos del agujero.

Así que Rajoy perdió pie y concedió un respiro a Zapatero. Como dice el editorial de un periódico no sospechoso de adicción a la causa socialista (El Mundo), Rajoy perdió la ocasión de discernir qué había de positivo y qué de artificial en las propuestas del presidente del Gobierno.

Y no es que Zapatero saliera por la puerta grande, porque se volvió a hacer visible su soledad parlamentaria. Simplemente le favoreció que no se aplicase el principio de contradicción en su cruce con Rajoy, que es el aspirante a sustituirle en La Moncloa y líder del principal partido de la oposición. Y no se aplicó porque a Rajoy le faltaron reflejos para rearmarse técnicamente frente a las inesperadas propuestas que Zapatero había formulado en su discurso inicial. Se limitó a repetir lo de siempre: que es un mentiroso, que es incapaz de rectificar, que nos lleva al desastre. Pero no es eso, no es eso. O mejor, no es sólo eso.

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