dimarts, 25 de setembre del 2012

La ruina de 'Masaparte'

¿DE QUÉ SE RÍE un catalán? De Artur Mas, en adelante Artur Masaparte, aparte de España y del sentido común pero con gorro de Napoleón. Y se desternilla por no llorar. El político de la fábula, sí, fábula, está empeñado en proclamarse como el presidente más ruinoso de Catalunya, no sólo por lo suyo, sino por la vía de los hechos, harto difícil en un convergente, acostumbrados a ir endavant y endarrere menos cuando a su poltrona o bolsillo se refiere: de Banca Catalana, a las ITV pasando por el Palau.

Masaparte no es Tarradellas, como la prensa oficial del (nuevo) estado, es decir La Vanguardia y El Periódico, le presenta. Pero admitir lo contrario duele a los voceros, sobre todo en el bolsillo. También a la costra nacionalista enquistada, o sea Pujol, pujolet, pujolín y pujolandia, y a la creada ad hoc para enterrar las verdaderas dificultades y el fracaso de la administración catalana, como la Asamblea. Un chiste.

Pero a los hechos: el gran problema que tenía Tarradellas es que Suárez no se fiaba de él por su pasado en la guerra. Sin embargo, el único presidente catalán sensato estaba dispuesto a enmendar su comportamiento en la Catalunya de las checas que, aunque menos malo que el de otros, fue, a todas luces, criminal.

Y lo hizo por la vía del discurso y de los hechos, así que 40 años después acudió a la llamada de un presidente español la mitad de joven que él, inexperto en política y analfabeto en historia española, como algunos directores de diarios. Suárez tenía, sin embargo, otras virtudes: el plan de Torcuato, el apoyo del rey, la caradura necesaria para convencer a quien fuera, una sonrisa encantadora y quedaba muy bien en televisión.

Tarradellas, que quería el entendimiento, es decir un pacto en clave catalana pero también española, cuando se dio portazo al acuerdo salió de Moncloa y dijo a la prensa “ha ido muy bien”. Fue fatal. Suárez lo entendió y reaccionó de inmediato. A los dos días, la alianza estaba sellada y la Generalitat reinstaurada, algo ligeramente más complejo que negociar un acuerdo de financiación.

Pero si nos empeñamos en buscar analogías con aquella mítica reunión, podríamos pensar que Masaparte ha optado por proteger su incompetencia para gestionar la crisis económica y ganarse las complicidades monclovitas metiéndose en un barrizal al grito de “¡no ha ido nada bien (catalanes a mí)!” y del que ahora quiere salir con un referéndum.

Me parece bien, siempre y cuando se aplique la ley de claridad, como Cánada hará con Quebec (que ha perdido dos veces la consulta y siguen con la matraca) y Reino Unido en Escocia. Y apelo a ello porque como lo circunstancial ahora es el PSC, no Masaparte, y el PSC sigue siendo Carme Chacón, educada en las artes quebecoiseanas sobre como secesionar indoloramente, me temo un pacto para atolondrar al personal con una pregunta como esta*:

‘¿Aceptaría que Quebec (Catalunya) fuera soberano(a) tras haber ofrecido formalmente a Canadá (España) una nueva alianza económica y política (pacto fiscal) en el marco de la ley sobre el futuro (Estatut) de Quebec (Catalunya) y el acuerdo de 12 de junio de 1995 (espacio a rellenar por los catalanistas con pedigrí)?’

Algo más, esa ley igualmente especifica que si el territorio de Canadá es voluble, el de Quebec, o sea el de Catalunya, también. Así que si la provincia de Barcelona decide a renglón seguido continuar en España, habrá que respetarlo. Como si la Vall d’Aran opta también por la secesión. Una última cláusula: si los catalanes votamos seguir en España, no se vuelve a hablar del asunto hasta dentro de 50 años. ¿Algún nacionalista lo firma?

Yo sí. Aunque prefiero que las cosas evolucionen bajo las directrices del histórico seny català, que siempre nos ha caracterizado. El que hasta Pujol, antes de su enajenación política, puso en práctica. Aunque su máximo exponente fue Ricard Fornesa.

Se trata de la misma intuición que nos habría impedido enterrar 600 millones en Spanair y por el contrario ser hoy día el principal accionista de British Airways a través de IAG por 220 millones; ese sentido que nos habría llevado a trabajar para, bajo la competencia sana y en un contexto de unidad de mercado, evitar que Esperanza Aguirre dimita presumiendo por entregar en herencia la Comunidad de Madrid con un PIB y una renta per capita mayor que la catalana.

Habríamos dado el esquinazo a la quiebra por otros senderos, al menos a la nuestra. La de Masaparte… no estoy seguro.
  • (*) Pregunta literal formulada a los habitantes de Quebec en 1995

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