PEDIRLE AL PARTIDO REPUBLICANO de los Estados Unidos que elabore una estrategia a largo plazo, es tanto como pretender que George Bush se salte una sola de sus plegarias. Nadie osaría interrumpir al ex presidente en sus diálogos con Dios, como nadie se arriesgaría a requerirles a los estrategas del partido que piensen en programas que se cuenten en años.
El proceso para seleccionar quien se va a estrellar contra Obama es un buen ejemplo del aquelarre típico y tópico al que nos tienen acostumbrados, pero no ha sido, ni de lejos, el mayor ejercicio de cortoplacismo que se ha visto en las filas del Grand Old Party. Cierto es que están cometiendo errores de bulto. El esencial en esta campaña es comparar al actual presidente con Jimmy Carter, creérselo y dotarse con los candidatos a priori oportunos para reventar la operación Obama, esa que tanto admiramos en Europa.
En ciernes, varios imitadores de Reagan y Rockefeller. Todos se quedan cortos en la cosa liberal y apenas llegan al primer nivel en la escala de carquiprogres que reventó el multimillonario. ¿La excepción? Rick Santorum, la catarsis espontánea del propio partido a una de las mayores meteduras de pata en los últimos años: el Tea Party. De paso, es también el único con capacidad para tomar la Casa Blanca, algo que de haber mentes pensantes en la cacharrería, ya habrían visto.
Como John McCain es y era un blando, más que Mitt Romney, decidió sacar de su esquina a Sarah Palin para asemejarse un poquito al político de derechas de verdad, o sea como los que gustan en Texas. Pero obvió el senador que ver Rusia desde el jardin desarrolla los sentidos y que su compañera de tádem era una tapada con la capacidad suficiente como para sobre excitar al electorado ultra conservador. Dio igual. Ambos se acercaron a Obama, aunque perdieron.
Tan bien hizo el trabajo la ex gobernadora de Alaska que aireó los polvos que engendrarían, cual orco tolkiniano, la escisión. Los lodos los amasó el propio Bush, que no supo gestionar entre sus filas la inconformidad y las protestas en contra de los impuestos, el rescate bancario y el gasto público interno y externo que él mismo firmó. La torpeza la aprovechó Palin para catapultarse como lideresa.
El cortoplacismo electoral y gubernamental, todo él republicano, dio alas a un movimiento que alcanzó la cúspide en las elecciones de 2010. El fin del Tea Party podría llegar, sin embargo, este mismo año si en la convención de Tampa (Florida) los delegados señalan a Santorum como candidato (antes deberán dejarle llegar, of course) y guardan en la nevera a Romney para mejor ocasión.
La disyuntiva es simple, o morir arrollados por Obama o por el Tea Party. Así que el elefante debería poner las luces largas por una vez, renunciar al voto más moderado y unir a la manada bajo el paraguas de este político de derechas sin concesiones y religioso inquebrantable si pretende evitar, como mínimo, el parricidio, que de producirse sólo tendrá un culpable: McCain.
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