LA DECISIÓN DE COLOCAR al frente de la cancillería española a un europeísta de pro, de los de toda la vida, se explica en la pretensión del marianismo de sobrevivir al aznarismo y en devolver a los cauces históricos de la representación exterior la cotidianidad del ministerio. La política internacional ha sido motivo, en las más de tres décadas de democracia, de pacto no admitido aunque de Estado. La formulación reconocida es la que se azuza cuando la situación no puede superarse más que con la dictadura intelectual o bien, cuando el Gobierno dimite de gobernar pero no de calentar la poltrona monclovita.
Como en la lucha contra el terrorismo, nuestra relación con el mundo ha contado con el acuerdo de gobiernos y oposiciones. Sólo ha habido tres excepciones: la entrada en la OTAN; la segunda guerra de Iraq; y la deriva bolivariana de los años de la zapatiesta.
La unilateralidad con la que Zapatero decidió primar a Hugo Chávez y no a Occidente, o con la que Aznar antepuso la América profunda y militarizada a la Unión Europea parecen superadas con García-Margallo, un político marianista convencido años ha, tranquilo y hasta fumador de puros, según Bruselas. Un economista versado en los recovecos de América Latina y poco conocido por el electorado que antes de dar su beneplácito a la operación militar para recuperar el peñasco Perejil, si acaso el déspota Mohamed VI lo volviera a intentar, catalizaría el posicionamiento claro de la Unión Europea, que ya es decir.
Margallo ha debutado en escena con dos actos capitales. Dos mensajes claros. Este fin de semana acudía a la firma de la construcción del AVE a la Meca que un consorcio español extenderá entre esa ciudad y Medina. Dicho en pitiplín pitiplín paladino: 6.500 millones de euros que el atolondrado sector de la construcción ingresará a cambio de 450 kilómetros de vía de alta velocidad con sus respectivos trenes. En pocos actos económicos hemos visto a Jiménez o Moratinos, aunque este pacto industrial se fraguó en época socialista. El nuevo canciller es más ducho en estos asuntos y la economía dirigirá su quehacer.
Segundo mensaje: unidad y reivindicación, aunque nada de pactos, de momento. El miércoles ocurrió a mi parecer algo sustancial que, sin embargo, pasó desapercibido para los medios --periodistas, ya saben…--. Margallo reunió a todos y cada uno de los cancilleres que ha tenido España en democracia. Se ha constituido un Comité de Sabios, aunque el nombre incomode a alguno de los integrantes, cuyo objetivo es arropar al actual jefe de la diplomacia española. Necesita del concurso de los socialistas para lograr recomponer esa unidad, y de los ministros de Aznar para calmar a los propios. No habrá mano dura para Marruecos, Venezuela o Cuba. Berlín y París serán objeto de deseo aunque el expresidente se revuelva en la tumba política, digo en la FAES.
Así que García-Margallo asume el papel de Henryk Sienkiewicz, no porque vaya a ganar un Nobel, aunque vaya usted a saber, sino por los paralelismos que mantiene con el escritor, autor de Quo Vadis, galardonado por sus logros en la narración épica. Un economista-diplomático que se ha metido en la piel del espíritu del Ministerio de Exteriores en épocas de enfrentamiento político abierto, necesariamente tiene que ser algo heroico. Como sus actuales augustinos, únicos en su especie.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada