DOS DÉCADAS DESPUÉS DE que se cincelara la huella imborrable de Neil Armstrong en la Luna, el director de vuelo de la NASA, Chris Kraft, reveló que la agencia había querido un astronauta en particular. Un perfil. Uno muy concreto. El honor de ser “el primer hombre en la Luna transformaría al elegido en una leyenda. Un héroe americano, más que Lindbergh, más que cualquier político, inventor o soldado”.
“Debía ser Armstrong”, concluyó el ingeniero que sin salir de la Tierra –desde la sala de control— puso al hombre en el satélite lunar. Aunque Neil apenas contaba 10 horas de vuelo espacial, la NASA sabía que podía confiarle la misión. Y hoy, en la historia de la aviación sólo dos nombres más están en el mismo pedestal. Lindbergh, claro, pero también los hermanos Wright. Las suyas fueron hazañas que modernizaron la humanidad. Armstrong era piloto de pruebas, ingeniero y solitario. Tanto que ha desconcertado a periodistas y escritores por más de cuatro décadas.
Distante, enigmático, impasible e incognoscible hasta para quienes formaban su círculo íntimo. Todo al mismo tiempo. “Fresco y agresivo”, me explicaron en la NASA. El complejo que vio despegar a los Saturno V era ya en 2007 el tributo al primer hombre en andar fuera del planeta.
Con Armstrong desvanece no sólo una referencia clave para la ingeniería y la ciencia del siglo pasado. Con él muere la figura que mostró al mundo un nuevo estilo de héroe americano. Combinó a la perfección la pericia de los pilotos de prueba con la valentía de los exploradores de nuevas fronteras. Sin embargo, al acabar el cometido desapareció del mundo para luchar contra la pregunta ¿qué hago después de caminar por la Luna? No quiso la fama.
Y la sociedad, que involucionó hasta promocionar la mediocridad, premiada con los más altos honores catódicos, le olvidó. Los modelos hoy abrazados por las nuevas generaciones son los contrarios a los que enterramos con Armstrong. Vaguería, incultura y pedantería. La televisión y las masas, que tantos años le persiguieron, se rinden hoy a Jersey shore.
El astronauta Gene Cernan ha dicho al Wall Street Journal que “la primera persona en caminar por la Luna podría haber sido Buzz, Schirra, cualquiera de nuestros colegas. Pero no creo que nadie que hubiera tenido la oportunidad habría manejado con mayor dignidad y honorabilidad la situación”. Gracia. Valentía. Honestidad. Dignidad. Esa es la huella imborrable de Armstrong. Todo en un único héroe real que, sin embargo, nadie supo dibujar. Un modelo que echaremos de menos.
Crédito de la fotografía: NASA
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