¿Seguridad o moralidad?

A MEDIDA QUE HEMOS ido conociendo las circunstancias de la operación para capturar a Bin Laden, la satisfacción general por la desaparición de un fanático, sanguinario y peligroso terrorista se ha ido enturbiando por escrúpulos morales que emanan de lo mejor de la condición humana.

Si el que se violara la soberanía de Pakistán podría estar justificado por la probable connivencia de los líderes y servicios secretos de ese país con el líder terrorista, mucho más difícil de digerir resulta la relación causa-efecto, establecida por el propio director de la CIA, entre las torturas en Guantánamo y la pista que permitió seguir al mensajero de Bin Laden.

¿Pero no habíamos quedado en que uno de los puntos básicos del programa de Obama -Nobel de la Paz- era acabar con la violación de los derechos humanos en la lucha anti terrorista? Sólo una necesidad extrema de evitar un mal extremo e inminente de proporciones enormes podría avalar prácticas como la de la asfixia simulada. No en el caso de una investigación a largo plazo como parecía esta. Más grave aún es si se optó por matar un Bin Laden desarmado, cuando ya estaba garantizada su captura.

Es cierto que haberlo hecho prisionero para llevarlo a juicio habría generado graves problemas jurídicos, diplomáticos y sobre todo de seguridad. Su encarcelamiento habría alentado todo tipo de atrocidades encaminadas a obtener su libertad por la fuerza. Pero la grandeza de la democracia reside en su capacidad de afrontar cualquier vulnerabilidad fruto de la aplicación de valores como la garantía de derechos de los seres más infames.

Hay que reconocer que es la Casa Blanca de Obama la que nos está ofreciendo todos estos elementos censurables en un ejercicio de transparencia propio de un país libre, y que todavía faltan datos. Pero a mí cada vez me cuesta más avalar la decisión política adoptada.