COMO LA BURBUJA DE LAS ‘.com’ o la del ladrillo, la de Ryanair tarde o temprano tenía que estallar. Y sabe mal porque siempre hay quien paga los platos rotos, en este caso las 1.700 personas que perderán su empleo si la aerolínea cumple su amenaza y reduce a la mitad las rutas con base en Girona. Hoy el vicepresidente de la compañía, Michael Cawley, ha anunciado unilateralmente que rompe con la Generalitat y que inicia el abandono de esas instalaciones.
Ryanair es especialista en tensar la cuerda. Lo hizo con las autoridades francesas debido, evidentemente, a las subvenciones. Tanto tiraron de ella, que al final se acabó rompiendo y Ryanair levantó el vuelo de Perpignan. Una Generalitat ansiosa se lanzó entonces a la piscina irlandesa en salto carpado. ¿Lo habéis probado nunca? Si no lo ejecutas bien el leñazo puede ser espectacular. Pues parece ser que la Generalitat ha llegado al agua en la peor de las posiciones, y eso duele.
Dicho de otra manera toda la actividad generada a golpe de ayudas públicas se desinfla de la noche a la mañana, estalla. Si no va de farol, Ryanair reducirá sus 64 frecuencias a 46, con lo que el número de pasajeros caerá a la mitad (1,7 millones). Dicen que esperaban siete millones del Govern que por lo visto no llegarán. Así que adiós, muy buenas.
El golpe contra la durísima agua se cebará con 1.700 profesionales, prácticamente 4.000 personas que girarán la vista hacia la Generalitat pidiendo explicaciones. Les preguntará por qué permite que una empresa que genera puestos de trabajo se marche sin más. Y tendrán razón. Y es que esos trabajos en realidad los estaba generando la administración con Ryanair como entidad interpuesta.
Las subvenciones tienen estos inconvenientes: son partidistas e injustas. Partidistas porque siempre responden a un interés político que pocas veces se alinea con el general. Injustas porque estimulan un escenario de competencia desleal con centenares de víctimas colaterales -como diría Bush- y que penaliza a aquellos que no comulgan con ruedas de molino, o bien no son instrumentos del objetivo político.
Generan también una falsa sensación de prosperidad que es peligrosamente efímera. Cuando se desinflama y vuelve la cruda realidad emergen a la vez centenares de afectados que, aunque se han aprovechado, no merecen cargar tal responsabilidad. Como veis, en realidad las ayudas públicas son odiosas y tienen mala solución. El Ejecutivo catalán ahora sólo cuenta con dos opciones: o pasar por el aro y aflojar los millones, o plantarse a la francesa y apechugar con el consecuente drama.
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