dimarts, 15 de setembre del 2009

Belén Esteban

SE ACABÓ EL VERANO. Ya podemos respirar, dormir y descansar tras mandar a los niños al cole -si los tenemos-. Celebro la visión positiva que transmite Veo7 en sus cortinillas con las que festeja el fin de los elementos más maquiavélicos del estío ¿No creéis que nuestras vacaciones serían mucho mejor sin los 40 grados ni la pamplinez de turno vendida en forma de ‘canción del verano’? Pero el otoño no puede con todo, hay quien sigue erre que erre: Belén Esteban. Telecinco se ha convertido en un canal temático, y nos enchufa a este personaje gritón y con ojeras permanentes a todas horas. Es una estrategia inteligentísima: sale barata y es muy productiva. El fenómeno se retroalimenta desde el programa de ‘esenciales’ Ana Rosa por la mañana hasta el entronamiento de los viernes por la noche con Jorge Javier Vázquez.

‘La Esteban’, nunca he entendido ese artículo y menos en boca de supuestos autores, exhibe su conexión con la ‘gente llana’-como si los demás fuéramos rugosos- en todas sus apariciones, durante las que airea su experiencia vital. Y Cobra, a todas horas, porque como ella misma dijo, “yo trabajo, aunque sea contando mi vida”. Sin embargo, ha sido la nota del Defensor del Menor de Madrid lo que ha levantado la polémica. Pide, según relatan las crónicas, que Belén Esteban no hable tanto de su hija. Igual quiere que hable más de ‘la Campa’. Ironía aparte, sobre la mesa del Defensor aparecieron siete denuncias anónimas por la utilización de una menor. De acuerdo con las normas vigentes, las denuncias no pueden ser anónimas. Quien la presente debe acreditar su identidad, otra cosa es que no se hagan públicos los nombres de los o las denunciantes.

Nota al margen, lo cierto y desventuradamente, es que Belén Esteban -a juzgar por las audiencias de la televisión-, constituye un auténtico fenómeno social, solo comparable a una tarde de fútbol, pero no de cualquier partido. Naturalmente, ni el Defensor del Menor ni ninguna otra autoridad puede entrometerse en la programación de televisión alguna; pero en algunos casos resulta llamativo, por lamentable, cómo se invierten horas y horas de transmisión en programas que ponen las vísceras de punta, porque se plantean dramones familiares, muchas veces inventados, y que sobre la marcha se solucionan con unas cuantas lágrimas en directos.

Es llamativo por lamentable ver cómo es posible pasarse horas y horas de puro cotilleo sobre personajes irrelevantes, cuyos ‘méritos’ estriban en terribles separaciones, en broncas de ida y vuelta, en “me han dicho que le han visto” y todo ello aderezado de gestos, palabras y expresiones que son, en su conjunto, la negación absoluta de unas mínimas buenas formas. Es en este tsunami del cotilleo absurdo y barriobajero en el que ha caído, entre algunos más, Belén Esteban, a la que bajo ningún concepto voy a criticar. Cada cual tiene derecho a ganarse la vida cómo pueda y, en la medida de lo posible, cómo quiera; pero los tsunamis de popularidad, que no de prestigio, que es algo bien distinto, acaban esclavizando y así ocurre que uno comienza interpretando un papel y el papel acaba con uno. Se acaba por no saber cuál es la raya que separa la realidad del papel.

Belén Esteban es un tsunami de popularidad, un auténtico fenómeno que, por mucho que a algunos nos resulte incomprensible, es cierto cómo la vida misma. Las audiencias, ese bien por el que todos los medios luchan de manera feroz, así lo indican y, ¿qué queréis que os diga?, me parece lamentable. Me parece lamentable buscar audiencia a base de excitar el morbo, de hurgar en vidas ajenas que nada nos importan, en ver caras llorosas y escuchar siempre los mismos lamentos. A Belén Esteban la hemos visto reír, llorar, hablar de su pasado y de su presente, de sus bodas y de sus desbodas, y ella está abocada a continuar jugando el papel por el que le pagan, porque está comprobado que da audiencia.

¿Se acuerda alguien de ese pacto para establecer contenidos adecuados en horario infantil? Salvo muy honrosas excepciones, las tardes de televisión distan mucho no ya de contenido infantil, sino de contenido en el sentido estricto de la palabra. No soy de los que defiende una televisión de tesis, ni creo que todo deban ser documentales. Los programas de corazón deben tener su sitio y pueden ser muy dignos. Pero lo que vemos demasiado a menudo es otra cosa a la que me cuesta poner nombre.

Belén Esteban es un fenómeno social, ni participo en él ni me irrita. Confieso que esta mujer a veces me inspira una pizca de ternura porque creo que no deja de ser víctima del papel que otros jalean porque da audiencia. Y aquí está el problema. En elegir el camino más fácil, el más vulgar y barato y no el mejor para, a fin de ejercicio, presentar una buena cuenta de resultados. Así son las cosas, no os engañéis.

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