Nuestra democracia es el resultado de acuerdos que se creían imposibles y nada más arriesgado en tiempos de crisis que la excepción a esta regla, sea el acuerdo destinado, en principio, a la creación de empleo, modernización de las empresas, agilización del mundo laboral, financiación suficiente y competitividad razonable. Abordar todas estas cuestiones no parece que sea un capricho empresarial. Lo demandan todos los foros internacionales, expertos progresistas y no progresistas, el Banco de España y el comisario Almunia... Parece razonable pensar que ante un mundo en cambio permanente y una realidad económica que aún está por alumbrarse, sea necesaria, cuando menos, una profunda reflexión también en el campo laboral. Ninguna realidad que quiera sobrevivir puede quedarse anclada en sí misma y de ahí que, en mi ingenuidad, siempre pensé que había que abordar el proceloso mundo de las relaciones laborales, porque el que ahora tenemos, y a la vista está, no impide que los parados se multipliquen día a día.
Los empresarios siempre han querido hablar de estas cuestiones y el Gobierno siempre ha mostrado serias reticencias, expandiendo el mantra de que no aceptará nada que afecte a los derechos de los trabajadores. Y digo mantra porque ha tratado de equiparar reforma con destrucción de derechos. No dudaría en mostrar mi apoyo absoluto al Ejecutivo si efectivamente se hubiera propuesto el despido libre -ahora ya es libérrimo porque cuatro millones de parados no caen del cielo-, si el objetivo fuera dejar desprotegidos a los trabajadores, si la pretensión última o primera fuera desposeer al trabajador de la dignidad que en todos los ámbitos le debe ser siempre reconocida, protegida y defendida.
Pero escuchados unos y otros y hasta donde es posible tener información fiable, no parece que la pretensión de la CEOE fuera convertir a los trabajadores en esclavos. Sus propuestas son tan discutibles como las contrarias y no hay asunto en el que no sea posible encontrar el punto medio, el equilibrio. Tampoco en este. Concluyo, pues, que el diálogo ha fracasado porque realmente era imposible. Las partes implicadas no iban a hablar de las mismas cosas. Los empresarios querían reformas estructurales y el Gobierno otra cosa. Quería, por ejemplo, que el mal funcionamiento del ICO formara parte del eventual acuerdo final; pero que el ICO funcione mal es una responsabilidad del Gobierno, no un asunto para el dialogo social. Quería el Gobierno que en ese acuerdo nonnato se incluyera la decisión de dar 420 euros a los que se les ha agotado el paro. ¡Pero si esto es cuestión del Gobierno que se soluciona -ya debería haber estado solucionado hace mucho tiempo- con un decreto ley!
La CEOE ha asegurado que se va a encargar de dar a conocer con claridad la propuesta planteada al Gobierno, para demostrar que el ministerio de Trabajo “miente”, y poner en su sitio algunas de las afirmaciones del Presidente que de manera imprudente pero bien calculada -Zapatero nunca dice que no quiera decir- cargó contra el presidente de los empresarios.
Desoídos los organismos internacionales, los comisarios, los grupos de Oposición, los empresarios, desoídos todos se aclara el panorama en el sentido de que a partir de ahora, y puesto que el Gobierno es el que tiene la responsabilidad de la gestión porque así lo han dicho las urnas, será atribuible al Gobierno y sólo al Gobierno la gestión de la crisis. Siempre he pensado que incluso por egoísmo en momentos difíciles es mejor dejarse acompañar, aunque sólo sea para poder decir que el éxito o fracaso es compartido. Pero para ello hay que sentir un punto de vértigo, que al menos el Presidente no parece sentir. Si no hubiera querido esta soledad en ningún caso hubiera dado por roto el intento de diálogo social. En esta soledad le acompañan los sindicatos, que a tenor de algunas declaraciones mostraron su rechazo a algunas propuestas no por los textos presentados sino por lo que podía deducirse de ellos ¿La negociación no está prevista para establecer cautelas y certezas?
A la espera de los acontecimientos, un hecho es cierto. Zapatero es su discurso y la ruptura del diálogo social le ha reafirmado en él y Zapatero se ha reafirmado en sí mismo. Aquí nadie da puntada sin hilo.
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