
Exagera Carod Rovira. A la ex ministra Trujillo le picó una avispa en el campo. Y, claro, una ‘miembra’ del Gobierno presidido por el faro de la Alianza de las Civilizaciones no podía acudir en coche al ambulatorio más próximo. Tomó el teléfono móvil oficial y ordenó a un helicóptero que acudiera a rescatarla, trasladándola a un hospital de Madrid. Pues no faltaba más. Una ministra es un bien de Estado y lo menos que puede hacer Zapatero por sus colaboradoras es dotarlas de los mínimos auxilios imprescindibles.
La decisión de la ministra Trujillo hizo fortuna. La consejera de Interior del Gobierno de Baleares no iba a ser menos. Quería hablar urgentemente con un funcionario de un asuntillo y le envió un helicóptero para recogerle. La operación costó a los contribuyentes la irrisoria cifra de 6.000 euros. Hubo riesgo para sacar al funcionario del torrente donde trabajaba pero todos se expusieron con mucho gusto para complacer a la consejera Ángeles Leciñena, la cual ordenó de forma expresa que el helicóptero volara con dos pilotos y un rescatador. La consejera, por cierto, no tuvo tiempo de recibir al funcionario hasta muchas horas después por las obligaciones de un cargo tan relevante como el suyo.
A la vista de cómo se emplean los medios aéreos públicos, habrá que convenir que Carod Rovira tiene razón. Si el Gobierno de Zapatero no le facilita un avión para que pueda llevar a cabo sus hazañas lingüísticas en remotos países africanos o asiáticos, exigirá a Montilla que la Generalitat se ocupe de dotarle adecuadamente, ahora que está forrada. Carod Rovira sólo necesita dos helicópteros para sus viajes por los Países Catalanes, un Falcon para sus desplazamientos a las naciones extranjeras europeas como España o Francia y un avión como el del Rey para sus visitas de Estado a África, Asia o América. Los catalanes debemos entenderle: si se gasta nuestra calderilla, 435.000 euros, por ejemplo, en condones que repartió en Mozambique, necesita, por consiguiente, un buen avión para trasladar cargamentos tan importantes y, además, para invertir el dinero público en la magna obra cultural de rescatar de la indigencia las nobles lenguas nativas oprimidas por el centralismo procaz en muchas naciones. El madurés, el minankabáu, el mijé, el zozil, el tuscavore, el jacaso y el sango aguardan impacientes a su salvador.
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