
En Pamplona se ha mejorado estos años el recorrido, se ha reforzado la atención sanitaria y se ha hecho un gran esfuerzo en dar información a los participantes. Es cierto también que Daniel Jimeno, el joven fallecido, era un veterano de los encierros que se había preparado para correr delante de los toros. Sin embargo, cualquiera que participe directamente o siga por televisión los sanfermines habrá podido ver que lo milagroso es que no haya más accidentes de los que se registran.
De entrada, el número de participantes es muy superior al que aconsejaría el ancho de las calles, por lo que cabría hacer un estudio riguroso para evitar la masificación y tener así un criterio para ajustar el número de corredores a la capacidad del trayecto. Además, siguen advirtiéndose en muchos jóvenes actitudes temerarias que ponen en riesgo su integridad y la del resto, lo que tal vez podría corregirse si se obligara a cada corredor a recibir previamente unos consejos mínimos pero imprescindibles en las peñas. En ocasiones de máxima tensión también se echa en falta alguna vía de escape para los mozos, ya sea en forma de burladero o de valla de seguridad a la que poder encaramarse.
Está claro que para los puristas y los amantes de la tradición éstas u otro tipo de medidas que pudieran plantearse son una aberración, pero cualquier paso dirigido a garantizar la seguridad redundará en beneficio de la fiesta. La modernización de las corridas de toros o de espectáculos como el de la Fórmula 1 no han mermado en absoluto su seguimiento. Por ello resulta chocante la respuesta de ayer de las autoridades pamplonesas, que subrayaron que pese a la muerte de Daniel nada cambiará. Tal actitud de renuncia ante lo que se afronta como un infortunio entronca con el casticismo y con el espíritu de Hemingway, el gran divulgador de los sanfermines. Para el Nobel, la fiesta de los toros estaba indefectiblemente ligada a la muerte.
Pero en la sociedad actual lo que cabe esperar de los poderes públicos no es el fatalismo sino la capacidad de encontrar soluciones a los problemas. El reto que tienen planteados los sanfermines, como tantas otras fiestas, es combinar lo mejor de la tradición con las ventajas que ofrece la modernidad, conservar la costumbre pero adecuándola a los nuevos tiempos, más aún cuando se pone en juego la vida.
Cabría reflexionar también sobre la oportunidad de mantener intacto el programa de fiestas tras un hecho tan trágico como el de ayer. El minuto de silencio que se guardó en la corrida de toros de la tarde parece poco luto y revela escasa sensibilidad. Precisamente porque los sanfermines son un acontecimiento único y han sabido ganarse la admiración de medio mundo están obligados a demostrar su grandeza y ejemplaridad hasta en el último detalle. Todos, autoridades y participantes, deben dar lo mejor por el bien de la fiesta.
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