VAMOS A CONVENIR QUE la movilidad de los virus se corresponde con la de las personas en la época de la Globalización. Sin lugar a dudas, el estallido de gripe porcina en América habría sido una mera anécdota en Europa hace unas décadas, si es que nos llegamos a enterar. Así que hemos de acostumbrarnos al tipo de alarmas en el que llevamos sumergidos durante estos días. Nada estrictamente nuevo en realidad. Recordemos la ‘peste negra’, luego identificada como peste bubónica, causada por la bacteria Yersinia, que diezmó la población europea a mediados del siglo XIV. O la gripe ‘española’ de 1917-1918, que causó más de 200.000 muertes.
Es verdad que entonces los virus, como nosotros, viajaban más lentamente que ahora y la pandemia tardaba más en decantarse. Pero también es verdad que, en nuestros tiempos, los medios para prevenirla o conjurarla son mucho más poderosos. Si vamos a las cifras de muertes, hemos de convenir que la peste porcina, la gripe aviar, el síndrome de las vacas locas y otras alarmas recientes arrojan saldos que resisten perfectamente la comparación con, por ejemplo, los muertos en accidentes de tráfico.
Así que no saquemos las cosas de quicio, aunque se entiende la reacción de las autoridades mejicanas, que desaconsejan o prohíben las aglomeraciones en un país, con 100 millones de habitantes, donde las vemos hasta en las cabinas telefónicas. Lo que no pueden los poderes públicos mejicanos, cuya imagen ya ha sufrido bastantes desperfectos a causa de la corrupción y el narcotráfico, es paralizar durante muchos días la actividad rutinaria y productiva, como ocurrió casi totalmente este lunes, primer día laborable desde que saltó la alarma el pasado fin de semana.
Después de haber registrado más de un centenar de muertes sospechosas es lógica la sobreactuación del Gobierno mejicano. Las críticas internacionales a cómo gestionó los primeros momentos de la epidemia se suman a las internas, donde, además, son conscientes que se juegan su futuro como potencia turística y como una de las tres economías emergentes del subcontinente, junto a Brasil y Argentina, también miembros del G20. Y es que a Méjico ya sólo le faltaba topar con la gripe.
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