dissabte, 21 de març del 2009

Franco

FRANCO DA PARA MUCHO. Primero fue la revisión de los hechos previos a la Guerra Civil, después llegaron las distintas versiones sobre los años de la contienda y de la posguerra inmediata y ahora toca someter a un nuevo análisis sus 40 años de dictadura. Y todo porque, según algunos historiadores y por más que hayamos oído lo contrario, Franco no fue tan malo. De hecho, llevó a cabo acciones fundamentales para el bienestar y la cohesión de España.

Por eso, dicen, se ha cometido una gran injusticia con el mandatario que llevó a España “a las cotas más altas de prosperidad en siglos, un hecho fuera de toda discusión que no se le reconoce. Lo que es un problema porque revela una verdadera enfermedad política”.

Quien así opina es Pío Moa, que acaba de publicar Franco para antifranquistas (editorial Áltera), un texto en el que se da alguna vuelta de tuerca a las creencias más frecuentes sobre el régimen anterior.

Antes de resumir como Moa nos presenta Franco a los antifranquistas, quiero hacer pública una anécdota que el paso del tiempo me permite revelar: rondaba el año 2003 cuando en la revista ATB, en la que por entonces trabajaba, decidimos ofrecer a Moa la columna de opinión rotatoria de ese mes coincidiendo con el lanzamiento de un libro suyo. Lamento no recordar cual, porque hay que reconocer que Moa es un escritor prolífico.

En ATB han escrito firmas de primer orden: desde ministros hasta analistas internacionales. Otros muchos rechazaron nuestras páginas amablemente. Pero la excusa más llamativa que sin duda usaron para declinar nuestra invitación nos la dió Pío Moa: él no podía escribir en una revista española con título en inglés. Recordar que ATB es el acrónimo de After The Bell.

Anécdotas personales aparte, para Moa, los antifranquistas debemos empezar a reconocer:

“a) Que Franco no derrotó a una democracia ni a un gobierno legítimo, sino un proceso revolucionario a partir del Frente Popular.
b) Que libró a España de la guerra mundial, que habría causado muchas más víctimas y destrozos que la guerra civil y, de haberse producido entre 1930 y 1941, habría podido invertir el curso de la contienda.
c) Que derrotó el maquis comunista, que significaba la reanudación de la guerra civil.
d) Que su dictadura fue autoritaria y no totalitaria.
e) Que dejó un país próspero y reconciliado, sin apenas rastro de los odios de la República.
f) Que gracias a todo ello fue posible un tránsito ordenado y básicamente tranquilo a la democracia, algo que hoy está en plena involución”.

Y todo esto le ha sido negado al régimen franquista por dos motivos, según Moa. El primero es que “casi toda la derecha renunció a la batalla de las ideas, colaborando en la denigración de Franco por hacerse la moderna”. El segundo tiene que ver con “los sentimientos de odio albergados por unos izquierdistas que, como no hicieron nada reseñable contra la dictadura en vida de Franco, exhibieron después su antifranquismo del tres al cuarto”.

Podría entenderse que las ideas que expresa Moa forman parte de una tendencia secundaria en el entorno académico, que estamos ante una clase de autores que no representan ni las convicciones de los expertos ni las creencias mayoritarias de una sociedad.

Pero también es cierto que, de una parte, estamos ante escritores que venden un buen número de ejemplares de sus libros y que, en otro sentido, si se publican textos con esta temática es porque tienen un público que les acoge bien. De modo que quizá habría que valorar de nuevo la estima que se tiene a estas posiciones, cada vez más aceptadas en nuestra sociedad.

Franco siempre está de moda

Para el periodista Pedro Fernández Barbadillo, director de comunicación de Áltera, confluyen en la posible aceptación del texto varios asuntos importantes. Uno de ellos es que Franco siempre está de moda. “Además de que es el español más conocido del siglo XX, se trata de un personaje permanente. Han pasado más de 30 años desde su muerte y sigue estando presente en la vida política española, y más con la memoria histórica.

Pocos dictadores siguen apareciendo en los editoriales de los diarios y en los mítines electorales tres décadas después de fallecer”. Además, cree Barbadillo que también ayuda el hecho de que “se trate de ocultar el pasado. No se puede hablar del franquismo sólo desde consignas: la historia siempre termina vengándose”.

Pero, en segundo lugar, Franco tiene el atractivo de lo prohibido. “Hay temas a los que se considera tabú, de los que te dicen que no puedes hablar. Y eso ocurre con el franquismo. Lo que al final, acaba aumentando el interés de la sociedad. Cuando prohíben algo, cuando una determinada acción se convierte en pecado, se convierte en una fuente de atracción inmediata”.

Quizá por eso, afirma Barbadillo, cada vez hay más jóvenes que quieren informarse sobre la España del siglo XX. “Los chicos oyen hablar en sus casas de lo que nos ocurrió, la memoria histórica sale a relucir en los grandes medios de comunicación y los políticos lo mencionan en sus discursos, por lo que no es extraño que la gente joven, que no conoció aquello, quiere saber cómo fue y qué pasó. Porque la gente no se traga lo que se le dice y busca conocer otras versiones”.

Sin embargo, con esta clase de textos, quizá no se busque tanto revisar históricamente el franquismo cuanto revitalizar viejas posiciones ideológicas. Quizá parte de la derecha esté comenzando a liberarse de sus complejos y quiera reivindicar no tanto al líder cuanto la validez actual de sus ideas. Lo que, además, podría tener creciente aceptación en una época de inestabilidad como la actual.

Al contraponer una época de paz social y relativo bienestar económico para el ciudadano medio, como hace Pío Moa, con estos nuevos tiempos de dificultades laborales e incertidumbre vital, no sería extraño que prendiera cierta mecha en ese hombre de la calle cuya calidad de vida “era mayor con Franco en muchos aspectos. Por ejemplo, había mucha más seguridad, mucha menos policía, muchos menos presos, mucha menos pornografía en cualquier sentido que se dé a la palabra, etc. Es cierto que faltaba algo esencial como son las libertades políticas. Sin embargo las libertades deben servir para que se defienda la verdad y se combata la demagogia”.

Pero, por más que pueda funcionar como referente para determinados sectores, Fernández Barbadillo niega que hoy sea posible un regreso a posiciones similares. Cree que, más bien, su uso es nostálgico: “También ves a muchos chicos de izquierdas con camisetas del Ché y eso no significa que vayan a hacer lo mismo que él. El asunto es más sencillo. El tiempo pule todo, da brillo y respetabilidad a épocas pasadas y hace que relativicemos sus puntos oscuros. A lo largo de la historia ha sido frecuente ver cómo se miran con nostalgia épocas pasadas”.

Pero eso es todo: no es posible la vuelta atrás, dice Barbadillo. Y en buena medida, porque la derecha española ha cambiado y es ya mucho más liberal que conservadora. Puede defender ciertos preceptos ligados a la unidad de España, a creencias religiosas o a posiciones morales no tan diferentes de los que acogió en el pasado, pero políticamente es liberal, lo que implica democracia de mercado y fronteras abiertas. Y eso cambia radicalmente las cosas, porque ya no es posible, dicen, esa mezcla de dictadura y proteccionismo.

El problema del proteccionismo

Claro que, ¿fue Franco tan proteccionista? Probablemente, dice Juan Velarde, economista, consejero del Tribunal de Cuentas y editor, junto con José María Serrano, de La España del siglo XXI. La economía (editorial Sistema), el dictador no fue más que hijo de su tiempo. “Se había llegado a la conclusión de que si España tomaba parte en un conflicto europeo lo pasaríamos muy mal para sobrevivir. Por eso teníamos que intentar valernos por nosotros mismos; habíamos de producir un poco de todo, y por eso la autarquía. Pero proteccionista lo era todo el mundo en aquella época, desde los líderes internacionales hasta dirigentes españoles como Azaña o Largo Caballero”.

Además, señala Velarde, Franco tampoco se negó a abrir las fronteras económicas. Sus reticencias quedaron vencidas “cuando John Foster Dulles, secretario de Estado estadounidense, le aseguró que su país no dejaría abandonado a un aliado ante las consecuencias económicas negativas que pudiera tener esa apertura”. Pero, en todo caso, el franquismo “fue consciente de que el cierre generaba decadencia para siempre mientras que la apertura traería prosperidad. De modo que si bien es cierto que Franco venía de ese nacionalismo económico ligado a lo militar, luego fue girando hacia otras posturas económicas”.

Por eso, tampoco cree Velarde que la suma de militarismo y nacionalismo pueda regresar hoy con éxito y mucho menos aún si le añade proteccionismo: “La mayor de las barbaridades es intentar solventar los problemas actuales con posturas proteccionistas. Los mercados son globales y ya no hay manera de evitar eso”.

Y esa es la paradoja hoy. Porque la derecha europea, y también la española, tiene ya poco que ver con sus expresiones de hace medio siglo: habrá conservadores, aunque son (casi) todos liberales. Pero puede seguir en sintonía con Franco en tanto, dicen, éste fue quien puso las bases para que el régimen democrático actual pudiera existir; para esta tendencia, fue el precursor, si no el planificador, de los nuevos tiempos. Así lo afirma Moa cuando habla de la transición, en parte prevista y querida por Franco.

“En su testamento no habla de preservar su régimen, sino de la unidad de España y la paz. Parece consciente de que iba a haber muchos cambios. No obstante algunos de ellos le habrían desagradado, por ejemplo los artículos de la Constitución que permiten vaciar al estado de competencias y abren camino al separatismo, aunque al mismo tiempo la Constitución defienda la unidad intangible de España. Estas contradicciones no le habrían hecho mucha gracia ni, posiblemente, la legalización del PCE, al que daba una importancia entonces ya excesiva. De hecho, el franquismo favoreció la reorganización de los nacionalismos presuntamente moderados y del PSOE, que tiene un historial mucho más negativo que el PCE”.

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