dimecres, 18 de març del 2009

Marta y el Guadalquivir

AYER, EL MISMO DÍA en que se daban por terminadas, es decir, por fracasadas las tareas de búsqueda del cuerpo de Marta del Castillo en ese vertedero que es el cauce del Guadalquivir, el presunto asesino, un tipo al que desde el día mismo de la desaparición apuntaron las sospechas de familiares y vecinos, se desdijo de sus declaraciones y contó a la Policía que él y sus secuaces no echaron el cuerpo al río, sino a un contenedor de basura, que no deja de ser lo mismo.

“Oh, río de Sevilla / qué bien pareces / lleno de velas blancas / y ramas verdes”, decía la copla popular reescrita por Lope, el oído más atento al sonar del español en el Siglo de Oro, en tantas cosas el Siglo de Sevilla. Porque poetas y pintores de toda España y media Europa iban a ver el tráfico de barcos y mercancías por lo que entonces era río navegable hasta el mar, algo que ni creerán ni estudiarán los jóvenes, persuadidos de que, por el arte de birlibirloque del Estatuto de la Realidad Nacional Andaluza, el Guadalquivir es un sucio arroyo regional.

Sucio en muchos sentidos, porque el crimen de Marta ha enturbiado aún más el fango del que no era “aprendiz de río”, como el Manzanares, sino maestro de caudal y cauce de caudales. Para un Góngora, “sentina sucesiva”; para un Quevedo, “resbalar de charcas”. Para los sevillanos que votan y, en justicia, padecen a Monteseirín, una sucia vergüenza.

Toda esta operación de rescate del cadáver que nunca estuvo ahí ha sido, de principio a fin, inútil cuanto onerosa y vergonzosa cuanto aparatosa.

Buena parte de la opinión sevillana, me cuentan, lo ha visto como el empeño de blanquear, si fuera posible, la kilométrica raya blanca de cocaína -110 kilos, 10.000 kilos de pesetas- que desapareció hace meses de los calabozos de la Jefatura Superior de Policía, sin que hasta ahora se haya encontrado ni detenido a nadie.

Buscaron una solución rápida y creyeron al asesino, que, como es natural, los engañó. Al mes, dejaron entrar los policías a los perros de la Guardia Civil, desembarcó el Ejército Bolivariano de Zapatero y los helicópteros pasaban bajo los puentes para pasmo boquiabierto de los niños.

Pero ayer, el asesino canceló la pista fluvial y después dijo que el asesino había sido realmente un cómplice, casualmente el menor de edad. No sabemos -y no sé si alguna vez sabremos- si es otra tomadura de pelo, el abogado ya ha dejado la defensa, o un sentido homenaje a Farruquito.

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