dissabte, 4 d’abril del 2009

La nariz de Nixon

ES CIERTO QUE RICHARD Nixon no era precisamente de fiar. Que se lo pregunten al carquiprogre de Rockefeller que se dio cuenta bastante tarde, en la convención de Miami Beach, del verdadero talante, dicho en zapateril, del moderadísimo Nixon. Vaya tapado. Si alguien se dedicara a recrear en cómic la campaña electoral de 1968 en los Estados Unidos no haría falta que Moore se exprimiera la cabeza, y quizás sus cómics no serían considerados como los mejores.

La realidad es tozuda y divertida en ocasiones, pero hay que reconocer que a veces hay genialidades que la hacen más distraída. Hace unos días vi ‘Watchmen’, dicho en roman paladino ‘Los vigilantes’. Algo tarde –ya lleva días estrenada-, pero quizás demasiado pronto. Me aseguran los auténticos expertos en esto de los cómics y sus adaptaciones que el título ganará con el montaje del director, que durará cuatro horas. Iluso de mí, pensaba que esas cosas sólo las hacia la Metro Goldwyn Mayer de antaño, o sea la de verdad, y Peter Jackson.

La genialidad no es la película en sí misma, bastante mala, como ‘300’, que ya es decir. La brillantez está en los detalles. En ese mundo paralelo lleno de frikies justicieros que recrea la película, Nixon, el tapado, alcanzaba un tercer mandato, su nariz era jocosamente prominente y, supongo que ya que gobernaba por tercera vez, se permitía el lujo de ordenar un ataque nuclear contra la URSS ¿Qué otro presidente habríamos elegido para ordenar un ataque atómico? Habiendo narices, que se quiten los arbustos.

Así que mi mente se desbocó perversamente, primero pensando que de haber gobernado 12 años, Nixon habría coincidido un poquito con Margaret Thatcher, desee durante dos horas y media su aparición estelar en trikini de cuero, y luego imaginando al ex presidente estadounidense con los cachivaches del rey Jerjes de ‘300’ –ya puestos a copiar- mientras, rodeado del Estado Mayor, se encomienda a Dios tras ordenar Defcon-1.

Ah! Pero la cosa no se acabó ahí. Y es que de mezclar divinidades y extremidades prominentes, surge un tal Doctor Manhattan. El ser más perfecto, valga la redundancia, de todos los mundos, paralelos o no. Pensaron que si hay que recrear a un Dios surgido de un accidente nuclear, inevitablemente hay que dotarlo en todos los aspectos. Por eso luce un enorme falo y alo azul. Divino, como diría Boris Izaguirre.

Este tal Manhattan tanto ha ido al cielo que ha perdido su humanidad, algo queda, sin embargo, gracias a los lazos afectivos que mantiene con una heroína de la panda del barrio. Si no imagino presidente más idóneo para darle al botón nuclear, tampoco mejor manera de encumbrar a la energía atómica al olimpo de los dioses. Huelga decir que no hubo presidente más inhumano que Nixon, ni siquiera por su nariz.

Podríamos recurrir a montones de mitos similares para comprobar que los escritores antiguos tenían mucha más traza contando historias de hombres que quieren ser dioses, ni que sea por accidente, que mantienen un pie en el mundo terrenal por supuesto amor… y por inocencia. Y es que a este también le engañan.

Probablemente, si vais a ver la película, acaberéis imaginando o evocando mitos y fantasías, lo que da un toque de alegría a la realidad. La película tiene estos puntos de fuga para quien no se deje el cerebro en la puerta del cine. Pero sin asumir más riesgos, la historia se centra en unos superhéroes a los que el pueblo les ha dado la espalda. Uno de ellos es asesinado: el comediante (o imitador malo de Robert Downey Jr). Rorschach, el único héroe enmascarado que queda en activo, emprenderá la investigación de su muerte, que oculta algo mucho más importante de lo que parece a simple vista. Mamarrachadas.

Así que es mejor centrarse en la verdadera Guerra Fría y la intensidad del mandato de Richard Nixon, mucho más propia de un cómic que la historieta de 'Watchmen', lo atestigua Gerald Ford, su sucesor.

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