
Sucio en muchos sentidos, porque el crimen de Marta ha enturbiado aún más el fango del que no era “aprendiz de río”, como el Manzanares, sino maestro de caudal y cauce de caudales. Para un Góngora, “sentina sucesiva”; para un Quevedo, “resbalar de charcas”. Para los sevillanos que votan y, en justicia, padecen a Monteseirín, una sucia vergüenza.
Toda esta operación de rescate del cadáver que nunca estuvo ahí ha sido, de principio a fin, inútil cuanto onerosa y vergonzosa cuanto aparatosa.
Buena parte de la opinión sevillana, me cuentan, lo ha visto como el empeño de blanquear, si fuera posible, la kilométrica raya blanca de cocaína -110 kilos, 10.000 kilos de pesetas- que desapareció hace meses de los calabozos de la Jefatura Superior de Policía, sin que hasta ahora se haya encontrado ni detenido a nadie.
Buscaron una solución rápida y creyeron al asesino, que, como es natural, los engañó. Al mes, dejaron entrar los policías a los perros de la Guardia Civil, desembarcó el Ejército Bolivariano de Zapatero y los helicópteros pasaban bajo los puentes para pasmo boquiabierto de los niños.
Pero ayer, el asesino canceló la pista fluvial y después dijo que el asesino había sido realmente un cómplice, casualmente el menor de edad. No sabemos -y no sé si alguna vez sabremos- si es otra tomadura de pelo, el abogado ya ha dejado la defensa, o un sentido homenaje a Farruquito.
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