AGOSTO, EN LOS PAÍSES mediterráneos, se ha constituido en un bálsamo adobado por el consumo creciente de ocio; la vida se interrumpe para fingir un paraíso en la tierra en la que los problemas se mezclan con las nubes y se disuelven con el tinto de verano que en los chiringuitos de las playas ha sido la gran amenaza nacional cuando las autoridades de la costa han fingido que iban a ponerlos en orden.
Este año agosto es catártico porque el fingimiento de que no ocurre nada es la espita que permitirá aplazar hasta septiembre los verdaderos efectos de la tragedia. Mientras tanto, todo el mundo parece aportar simulacros de recetas mientras nadie se muestra dispuesto a escuchar lo que dice el contrario.
Hay algunas cosas que son de libro. La primera que la mayoría de los economistas son sólo forenses del sistema de economía de mercado. Pero la autopsia habrá que repetirla porque no la pueden realizar los mismos que han matado al paciente. La segunda gran verdad es que la izquierda democrática está perdida, sometida todavía a los complejos y los traumas de un comunismo del que no formaron parte y aceptan el castigo como si hubieran sido sus impulsores. Y la tercera, que quienes han organizado esta debacle de casino apuestan a poderla repetir en una nueva burbuja inventada en cuanto tengan ocasión y se restablezca lo que había.
Las ideas no circulan porque la información va demasiado rápida e impide el sosiego que exige la reflexión profunda en una sociedad en la que el pensamiento complejo está proscrito por la metodología del SMS. Con todos estos parámetros -y algunas realidades inevitables como la revalorización de la legitimidad del Estado y del control sobre el mercado- las playas se llenarán de gente tratando de olvidar que el tiempo es inexorable.
Llegará septiembre y probablemente nadie con suficiente talento como para facilitar soluciones dialogables habrá podido hacer nada. Porque el mes de agosto también es catártico y un ciudadano decente se queda con la mirada perdida en el horizonte, siguiendo el vuelo de una gaviota o pendiente de las fichas del dominó como si en ello le fuera la vida.
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