
Fueron muy pocos los diputados que probaron esta experiencia, apenas una treintena, menos de una cuarta parte de los representantes electos del pueblo en la cámara catalana. Incluso, dicen, había un corrillo del PSC mirándoselo desde la barrera. Todos valientes, pero ninguno decidido. “Si tú lo haces, yo también”, iban animándose mutuamente. Pero al final ninguno de ellos se puso la venda y se aventuró en el proceloso mar de las tinieblas. Ser ciego es algo más difícil que ser diputado.
Aparte de Benach, otro político destacado que hizo la prueba fue Daniel Sirera, presidente del grupo parlamentario del Partido Popular. Al quitarse el antifaz, Sirera explicó que desde siempre ha tenido muy presente las dificultades de los que no ven, ya que su abuelo era ciego, y que hay que seguir trabajando para que los invidentes tengan una vida de calidad.
Con esta demostración, la Fundación Once de Cataluña quiso poner de relieve que todavía falta mucho por hacer para facilitar que los invidentes puedan ir por la calle sin tener que sufrir tantos problemas por culpa de la mala señalización y de los obstáculos. Aplicado a la política, se podría decir que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero al menos una cuarta parte de los diputados catalanes se decidieron a ser solidarios con los que sufren esta discapacidad y a experimentar físicamente -no políticamente- qué se siente.
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