LO MÁS IMPRESIONANTE EN el equipo de política económica puesto en marcha por Obama, desde Summers hasta Geither, es que todos su miembros están convencidos que hay que regular el libre mercado y que el Gobierno es parte de la solución y no un problema. Aznar, por lo visto no opina lo mismo según lo que leo en Vanity Fair. Más bien cree justo lo contrario, aunque va un paso por delante y predice el futuro, que para algo fue presidente del Gobierno. Así que el matiz es que él sí cree que el Gobierno será, vamos el futuro gabinete, el problema y no parte de la solución.
Cualquiera que conozca mínimamente los Estados Unidos, y Aznar es uno de ellos, sabe que la combinación ganadora, que sacará al país de la grave crisis que atraviesa, será la que preserve el espíritu empresarial que ha levantado el Imperio que son hoy por hoy, conciliándolo con nuevos mecanismos de garantía y de seguridad económica, que para algo aprendemos de los errores. Y lo de los últimos dos años en EEUU ha sido una lección de las que entran con sangre.
Sangrante porque el problema apareció en el corazón del sistema, en su centro más sofisticado: las finanzas. Y este fenómeno hay que reconsiderarlo, como el nuevo papel de EEUU en la escena internacional. Barack Obama se encontrará, con seguridad, un mundo que tiene la sensación de que los estadounidenses ya no detentan la hegemonía de las ideas. Podemos estar tranquilos ya que parece que el próximo presidente estadounidense es consciente de todo ello, según cuenta Fareed Zakaria en su último libro El mundo postamericano, quien asegura que Obama "tiene visión y fuerza para responder a la crisis". Así que Obama puede, y hasta quizás resulte que no sea "una ruina económica" como profetiza Aznar y acaso se quede simplemente en exotismo histórico, aunque las singularidades dejan de serlo cuando nos acostumbramos a ellas.
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